“PACIENTE CERO”


“Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad en lo alto de una colina no puede esconderse (Mateo 5:14)”.

Tres factores o reglas gobiernan la vida y el poder de una epidemia. Rompen el equilibrio entre una enfermedad contenida y una epidemia avasalladora. Las reglas son las mismas ya sea que nos refiramos a una epidemia social, como las modas, o una epidemia biológica como la gripe española del siglo XX. Malcolm Gladwell ha analizado las epidemias sociales en su libro The Tipping Point [El momento crítico] Por su parte, Steven Johnson y John Batey han investigado las epidemias biológicas (cólera y gripe respectivamente) en sus libros The Ghost Map [El mapa fantasma] y The Great Influenza [La gran gripe]. Las reglas son:

1. Un medio de transmisión efectivo.
2. Un virus altamente contagioso.
3. Un ambiente propicio.

Toda epidemia tiene un «paciente cero». Una sola persona que crea una reacción en cadena que llega muy lejos. No importa la cantidad de portadores, sino su calidad.
En las epidemias sociales existen tres tipos de portadores que hacen posibles las epidemias: están los conectores, los expertos y los vendedores. Los conectores conocen a tantas personas, su red de contactos es tan amplia, que sus ideas tienen mucha influencia. Por su parte, los expertos son los que tienen tanto conocimiento que las personas confían en sus opiniones. Finalmente, los vendedores tienen la capacidad de convencer, de vender una idea.
Randy Shilts, en su libro And the Band Played On [Y la banda siguió tocando], discute extensamente el «paciente cero» del sida. Era un auxiliar de vuelo sumamente seductor, un sujeto encantador. Aseguró que había tenido relaciones sexuales con dos mil quinientas personas en Estados Unidos. Se descubrió que contagió, por lo menos, a cuarenta de los primeros pacientes de sida. Personas como él inician las epidemias sociales.
La experiencia de Paul Revere es un clásico de la historia de la independencia de Estados Unidos. El 18 de abril de 1775, un muchacho avisó a Revere que los británicos marcharían al día siguiente a Lexington para arrestar a John Hanckok, Samuel Adams y a los líderes rebeldes en el pueblo de Concord, para confiscar sus armas y aplastar el movimiento de rebelión que estaba surgiendo. Reveré subió a su caballo a las diez de la noche y salió a galope tendido para advertir a las comunidades con el fin de que se prepararan para luchar. Cuando las fuerzas británicas llegaron al día siguiente, se encontraron con una férrea resistencia que provocó su retirada. Así empezó la guerra de Independencia de los Estados Unidos. Una epidemia de libertad que transformó a la nación.

Y tú, ¿con qué especialidad te identificas? ¿Conoces a mucha gente, tienes mucha información o eres capaz de vender lo que sea?

Tomado de: Meditaciones Matinales para Jóvenes 2013
“¿Sabías qué…?”
Por: Félix H. Cortez

Comentarios

  1. Podría decirse que éste es el mayor cumplido que se le haya hecho jamás al cristiano individual, porque en él Jesús manda al cristiano que sea lo que Él mismo afirmó ser. Jesús dijo: «Mientras estoy en el mundo, luz soy del mundo» (Juan 9:5 ). Cuando Jesús mandó a sus seguidores que fueran las luces del mundo, les pedía que fueran como Él mismo, ni más ni menos.
    Cuando Jesús dijo que los cristianos debemos ser la luz del mundo, ¿qué quería decir?
    (1) Una luz es algo que en primer lugar y principalmente está para que se vea. Las casas de Palestina eran muy oscuras, con una sola ventana circular de medio metro de diámetro. La lámpara era como una salsera llena de aceite y con una mecha. No era nada fácil encender una lámpara cuando no había ni cerillas. Normalmente la lámpara se colocaba en un candelero o soporte, que en muchos casos no era más que un soporte de madera toscamente tallada; pero cuando la gente se salía de la habitación, por seguridad, quitaban la lámpara del candelero y la ponían debajo de un cajón de arcilla de medir el grano para que siguiera ardiendo sin riesgo hasta que volviera alguien. El deber primario de la luz de la lámpara era que se pudiera ver.
    Así es que el Cristianismo es algo que se tiene que dejar ver. Como ha dicho bien alguien: "No puede haber tal cosa como un discipulado secreto; porque, o el secreto acaba con el discipulado, o el discipulado con el secreto.» Nuestro cristianismo tiene que ser perfectamente visible a todo el mundo.

    (2) Una luz es un guía. En cualquier río podemos ver una serie de luces que marcan el camino que deben seguir los barcos para su seguridad. Sabemos lo difícil que resulta transitar por las calles de la ciudad cuando hay un apagón. Una luz es algo que facilita el camino.
    Así que un cristiano debe indicarles el camino a los demás. Es decir: el cristiano está obligado a ser un ejemplo. Una de las cosas que más necesita este mundo son personas que estén preparadas a ser focos de bondad. Supongamos que hay un grupo de gente, y que alguien propone que se haga algo dudoso. A menos que alguien se oponga abiertamente, aquello se hará. Pero si alguien se pone en pie y dice: «No contéis conmigo para eso,» otro, y otro, y otro se levantarán y dirán: «Ni conmigo tampoco.» Pero si no se les hubiera dado ejemplo, se habrían callado.

    (3) Una luz esa menudo una advertencia. A menudo se usa la luz para advertir de un peligro que acecha más adelante.
    Algunas veces el cristiano tiene la obligación de presentarlas a los demás la necesaria advertencia. Eso es a menudo difícil, especialmente hacerlo de forma que no haga más daño que bien; pero una de las más desgarradoras tragedias de la vida es que nos venga alguno, especialmente un joven, y nos diga: "No me encontraría en esta situación si me lo hubieras advertido a tiempo.»
    Se decía de la famosa maestra y educadora que, si alguna vez tenía ocasión de corregir a sus estudiantes lo hacía "poniéndole el brazo alrededor de los hombros.» Si hacemos nuestra advertencia, no con enfado ni crítica, sino con amor, será eficaz.
    El cristiano debe ser una de estas luces que se pueden ver, que advierten y que guían.

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