“LA TRAICIÓN MÁS INFAME”



'Jesús le preguntó: “Judas, ¿con un beso traicionas al Hijo del hombre?” '(Lucas 22:48)

La traición es una de las acciones más infames. Jesús mismo sufrió una terrible traición a manos de uno de sus propios discípulos. La siguiente historia puede ayudarte a percibir las nefastas consecuencias de una traición.

A mediados del siglo IX, un joven de nombre Miguel III ascendió al trono del Imperio Bizantino. Como era un muchacho inexperto, sintió la necesidad de tener un consejero en quien pudiera confiar. Inmediatamente pensó en Basilio, su mejor amigo. Basilio no tenía experiencia alguna en la política y el gobierno (era el jefe de los establos reales), pero había demostrado una y otra vez su lealtad y gratitud hacia Miguel.

Los dos hombres se habían conocido años antes, cuando Miguel visitaba los establos.

En cierta ocasión, un caballo salvaje se asustó y comenzó a galopar fuera de control, poniendo en gravísimo peligro la vida del príncipe. Pero Basilio, joven jinete de Macedonia, salvó la vida de Miguel al controlar al caballo desbocado.

La fuerza y el valor del muchacho impresionaron de tal modo a Miguel que inmediatamente lo ascendió a jefe de los establos imperiales. Colmó a su siervo de obsequios y favores; así que terminaron siendo grandes amigos. Cuando fue ascendido a emperador y necesitó un consejero de confianza, inmediatamente pensó en Basilio y lo nombró administrador y consejero principal.

Basilio aprendió con rapidez. Pronto se convirtió en un brillante consejero y comenzó a ganar influencia, riqueza, poder y alianzas en el senado y el ejército. Con el paso del tiempo, el verdadero carácter de Basilio salió a relucir. Convenció al emperador de que destituyera a su tío Bardas, el que le había ayudado a acceder al trono y era comandante del ejército.

Luego Basilio mismo lo asesinó a puñaladas.

La historia es triste y dolorosa. Basilio convenció a Miguel de que lo nombrara comandante en jefe del ejército. Llegó un momento en que tenía más riquezas y más poder que el propio emperador. Un día Miguel se despertó rodeado de soldados. Basilio contempló impávido cómo lo asesinaban. Después de autoproclamarse emperador, cabalgó por las calles de Bizancio llevando en la punta de su lanza la cabeza de su antiguo amigo.

La lealtad es una de las virtudes más excelsas de un ser humano. Nadie que traicione a otro puede aspirar a ser recordado con honor. Que la lealtad a Dios, a tu familia, a tus amigos, a tu iglesia, sea una de las características más destacadas de tu carácter.

Tomado de: Meditaciones Matinales para Jóvenes 2013
“¿Sabías qué…?”
Por: Félix H. Cortéz

Comentarios

  1. Judas había encontrado la manera de traicionar a Jesús de forma que las autoridades se le pudieran echar encima cuando no hubiera gente. Sabía que Jesús acostumbraba a ir por las noches al jardín de la colina, y allí guió a los emisarios del Sanedrín. El capitán del templo, el sagán, era responsable del buen orden en el lugar sagrado; los oficiales que se mencionan aquí eran sus subalternos, que estaban a cargo del arresto de Jesús. Cuando un discípulo se encontraba con su querido rabino, le ponía la mano derecha en el hombro izquierdo y la izquierda en el derecho, y le daba un beso. Fue el beso del discípulo al maestro el que Judas usó como señal de su traición.
    Hay cuatro personajes implicados en la escena del arresto, y son significativas las acciones y reacciones de cada uno:
    (i) Tenemos a Judas, el traidor. Era un hombre que había dejado a Dios para hacerse aliado de Satanás. Sólo cuando se ha echado a Dios de la vida y recibido a Satanás se puede llegar tan bajo como para vender a Cristo.
    (ii) Tenemos a los judíos que habían venido a arrestar a Jesús. Estaban ciegos para Dios. Cuando Dios encarnado vino a la Tierra, en lo único que podían pensar era en cómo le podían empujar a la cruz. Llevaban tanto tiempo siguiendo su propio camino y cerrando los oídos y los ojos a la voz y a la luz de Dios que, al final, ya no le pudieron reconocer cuando vino. Es terrible ser sordo y ciego para Dios.
    (iii) Tenemos a los discípulos. Eran hombres que de momento habían olvidado a Dios. Se les había hundido el mundo, y estaban convencidos de que aquello era el fin. En lo último que pensaban entonces era en Dios; en lo único que pensaban era en la terrible situación en que se encontraban. Al que se olvida de Dios y le excluye de la situación le pueden pasar dos cosas: o se aterra y desarticula totalmente, o pierde el poder para enfrentarse con la vida y resolver la situación. En tiempo de prueba, la vida es invivible sin Dios.
    (iv) Tenemos a Jesús. Era el único en toda la escena que se acordaba de Dios. Lo maravilloso de Jesús en aquellos últimos momentos era su absoluta serenidad una vez que pasó Getsemaní. Aun en su arresto, parecía ser el Que estaba en el control de la situación; hasta en su juicio, Él era el juez. El que vive con Dios puede resolver cualquier situación y mirar impertérrito a los ojos a cualquier enemigo. Sólo cuando un hombre se ha sometido a Dios puede estar por encima de las circunstancias.

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